En lo que
es la historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que
el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la
alegría de jugar porque sí que de tal manera es una expresión al orgullo que
lleva dentro un jugador.
En este mundo del fin de siglo, el fútbol
profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A
nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato,
jugando como juega el niño con la pelota y como también juega el niño con sus
pies: El que se dedica a jugar con ciertos objetos sin tener un juez por
delante quien le otorgue una crítica por su actividad.
El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos
protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha
convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza
para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte
profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que
renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía.
Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque
sea muy de vez en cuando, algún descarado cara sucia que sale del libreto y
comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al
público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la
prohibida aventura de la libertad.
Debemos tomar en cuenta de que el jugador tiene el
derecho a la libre expresión de realizar una gambeta hacia los jugadores del
equipo contrario, de tal manera que esto manifieste una emoción hacia los
espectadores que se encuentran en las tribunas animando a su equipo como
también haciendo una crítica al equipo contrario.
En
1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de "las almas
pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo
juegan". Un siglo después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más que
sutil: dictó una conferencias sobre el tema de la inmortalidad el mismo día, y
a la misma hora, en la selección argentina estaba disputando su primer partido
en el Mundial del '78.
El
desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la en la certeza de
que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída
por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce
subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la
ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.
En
cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra
a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan:
hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros
atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.
Sin
embargo a las masas que se dedican a ser una severa critica hacia el entorno
del futbol no se dan cuenta de que también son aficionados de una actividad o
de cierta manera involucrados en algo; por lo que también de tras de todo esto
hay personas que los critican, es decir, vivimos en un mundo de críticas y
supersticiones en donde todos somos criticados por un alguien, como tal sabemos
que todos tenemos derecho a una expresión que corrobore a participar ante la
sociedad misma.
Cuando
el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata
nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los
ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos
dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la
burguesía destinada a evitar las huelgas y enmascarar las contradicciones
sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra
imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos.
Sin
embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en
homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un
primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado
en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del
siglo, no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar
de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista
italiano Antonio Gramsci, que elogió "este reino de la lealtad humana
ejercida al aire libre".
http://sololiteratura.com/gal/futboleduardogaleano.htm
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