Como cada ocho días el
hincha sale de su casa para ir al estadio apoyar a su equipo. Desde el
recorrido todos los hinchas unidos van gritando las porras de su equipo y de
cierta manera criticando al equipo rival, una vez dentro del estadio flamean
las banderas, suenan los tambores y los grandes gritos de toda una afición con
un gran orgullo de estar apoyando al equipo.
En el momento de estar en el
estadio se olvida todo como los problemas, el trabajo, la familia entre otros.
En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus
divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, de estar reunido con
los amigos frente a un televisor, pero súbitamente prefiere ver a los jugadores
de cerca de tal manera que es algo más emocionante que estar detrás de un
televisor.
El hecho de estar en un partido en vivo la
adrenalina es más grande que nada, en ese momento no hay nada mejor que cantar
con todas las fuerzas para dar la mejor armonía a nuestro equipo y también
hacer la mejor critica posible al equipo contrario, en estas circunstancias la
mejor manera de estar dentro de una gran emoción es estar moviendo la bandera
para todos lados, brincando entre las escaleras, susurrando plegarias y también
diciendo maldiciones y en cierto grado llegar a romper la garganta gritando lo
más importante del encuentro la palabra “gol”.
Al concluir el encuentro el
hincha se queda a celebrar la gran victoria que obtuvo el equipo, gracias por
la ovación que se les brindo ya que sin afición es un partido muerto que no
deja nada que desear, sin embargo cuando el se obtiene una derrota el hincha
sale del estadio lamentando la derrota de lo contrario se va asta que el sol se
meta. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, el
hincha se pierde entre el gran mundo que nos rodea y el domingo es melancólico
como un lunes de trabajo.
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